Es imposible negarlo; los primeros europeos que se establezcan en la Sierra Nevada tendrán muchos peligros que correr y muchas fatigas que superar ántes de conseguir un éxito definitivo; tendrán que sufrir las fiebres |palúdicas y las crecientes de los ríos; los pantanos intransitables impedirán con frecuencia el trasporte de sus productos; la enemistad de los tratantes avarientos les suscitarán grandes dificultades, y durante mucho tiempo se hallarán privados de toda sociedad que no sea la de los aruacos. No obstante, esas dificultades, que por otra parte disminuirán gradualmente con los progresos de la colonización, serán, en cierto modó ventajosas para los hombres resueltos; porque los obligarán á luchar con más energía, y harán que la victoria les sea más grata. El agricultor se adhiere poco á la naturaleza y se la apropia sin entusiasmo cuando ella corresponde fácilmente a sus deseos. Las razas fuertes y felices nunca se forman sino con la lucha, tal como lo expresa la fábula antigua del Jardín de las Hespérides, guardado por dragones. Los sacrificios son nada, lo importante es saber si el objeto los exige.
-Es una gloria, -decía el agrónomo Sinclair-, hacer crecer dos vástagos de yerba donde solamente crecía uno.
¡Cuánto más glorioso es llevar la cultura á donde no existe aún, trazar el primer surco en los campos que alimentarán un día á innumerables habitantes! Con su trabajo, uno crea verdaderamente un pueblo; como Deucalión, uno cambia las piedras en hombres, y en la tierra que uno remueve hace germinar las generaciones futuras. Esta es, me parece, una gloria que se puede comprar al precio de algunos sufrimientos y de algunas molestias pasajeras.
Las explanadas y regiones montañosas de la Nueva Granada contienen millones de hectáreas de terrenos favorables al cultivo y de fácil colonización; y á pesar del descalabro que yo sufrí, creo que la Sierra Nevada de Santa Marta es uno de los países de la América española que presenta más ventajas para la inmigración latina emprendida en grande escala, porque, completamente separada de los Andes y del resto de la Nueva Granada por valles profundos, por lagunas y pantanos, parece formada para contener una población distinta, que encontrara en torno suyo todos los elementos de la más floreciente prosperidad: salubridad del clima fertilidad de la tierra, y facilidades para el comercio. La extensión de la Sierra Nevada, que aproximativamente es la cuarta parte de la de Suiza, podía alimentar el mismo número de habitantes que esta República.
El precio de las tierras es nulo en las pendientes de la Sierra que miran hacia Riohacha y al valle del río Cesar. El valor nominal de la hectárea de terreno, vendido por el gobierno, es de setenta y cinco centimos¹; pero todo jefe de familia, granadino ó extranjero, tiene derecho á pedir la concesión de cuarenta hectáreas de tierras baldías, que inmediatamente se les conceden, comprometiéndose á ejecutar en ellas un trabajo cualquiera en el espacio de dos anos. Frecuentemente los colonos se establecen donde lo desean sin pedir la concesión de las tierras y sin contraer compromisos, y se hacen propietarios por el derecho del primer ocupante. Esta facilidad de adquirir sin trabajo vastas porciones podría tener funestos resultados,
estancando por muchos años terrenos favorables al cultivo; pero en la mayor parte de los valles de la Sierra Nevada, este peligro es ménos temible que en una explanada, porque el terreno cultivable se compone de estrechas hoyadas, de pequeños terraplenes de mesetas limitadas, cada una de las cuales forma un dominio distinto, más que suficiente para una familia.
La flora de la Sierra Nevada es de una riqueza extrema, y quizás, exceptuadas algunas partes de la India y del Brasil, no se encuentran otras en el mundo entero en que las plantas presenten tan grande variedad. Vegetales útiles hay en gran número. Allí existen, entre otros, el |miroxylon ó palma de cera, el maravilloso árbol de leche, ó |galactodendron, multitud de plantas tintóreas, las yerbas medicinales del Antiguo y Nuevo Mundo, la manzanilla y la zarzaparrilla, la borraja, la ipecacuana, la achicoria y el bálsamo de Tolú. Nadie piensa buscar estas plantas medicinales en la Sierra Nevada; ¡pero entretanto hay quien remonte la corriente del Amazonas, ó atraviese las montañas y las soledades de la provincia de Matogrosso para ir á recoger la zarzaparrilla y la ipecacuana! Á consecuencia de las dificultades de los viajes, estos remedios valen en las farmacias de Europa del dos al cuatro mil por ciento más que en el lugar de su producción.
Si damos fe al testimonio del sabio botánico Mutis, la Sierra Nevada posee tres especies de |chinchonas. Desde fines del siglo último, época en que este árbol precioso se descubrió cerca de San Antonio, los trastornos políticos han dejado caer en el olvido el conocimiento de este hecho importante. Quizás los árboles sean poco numerosos; pero es fácil hacer plantaciones de ellos y sobre todo seguir otro sistema distinto del de los peruanos, que tumban el árbol para despojarlo de su corteza. Se puede principiar á |descortezar parcialmente los |chinchonas cuando ya sean de cinco años; teniendo el cuidado de no despojarlos sino de un lado, se les puede prolongar la vida tanto como á los árboles intactos.
Las plantas cultivadas por los aruacos son en número muy reducido; la caña de azúcar, plátano, hayo, |turma ó papa, arracacha, malango, patata, cebolla, pita, naranjo, y limón. Cada indio tiene una pequeña platanera, frecuentemente oculta en la concavidad de una garganta ó debajo de una roca, y allí siembra ó planta todo lo que necesita para el sostenimiento de su familia en un año. Cuando uno ve las pequeñas dimensiones de esos huertos, se pregunta con asombro, si el terreno puede ser tan fértil para que muchas personas deriven de allí su subsistencia y tengan además con qué comprar aguardiente mezclado.
El café, cuyo cultivo se ha generalizado tan rápidamente en la Nueva Granada, es una planta casi extraña en la parte oriental de la Sierra Nevada. Cuando estuve en el valle de San Antonio, no nos fue posible recoger más de trescientos pies de café para nuestra plantación. Sin embargo, si las aseveraciones de los habitantes de la Sierra merecen algún crédito el rendimiento del café raya siempre en lo maravilloso. Frecuentemente los arbustos dan dos cosechas al año, y hay quienes aseguren haber cosechado hasta doce kilogramos de bayas de un solo pie. Sea de esto lo que fuere, no es en hechos excepcionales que deben fundarse los cálculos en circunstancias semejantes, porque yo he visto plantaciones en los Andes, en que cafetales aislados daban cerca de cinco kilogramos de fruto, mientras que el rendimiento medio de doce mil árboles era solamente de medio kilogramo. Suponiendo que el producto de las plantaciones de café en la Sierra Nevada fuera poco más ó ménos el mismo, los beneficios que se realizarían serían aún muy considerables, á pesar de las dificultades de los trasportes. Los plantadores de cacaotales, vainilla y otras plantas industriales cuyos productos exportados tienen mucho valor y poco peso, pueden contar igualmente con resultados muy favorables.
Uno se asombra, recorriendo los valles de la Sierra, al ver la altura considerable en la cual se pueden cultivar las plantas tropicales: crecen perfectamente en las alturas que corresponden á los climas de Francia é Inglaterra; así se ve que en el Cocui, en el Estado de Santander, el plátano y la caña de azúcar dan excelentes productos á dos mil setecientos cincuenta y siete metros de elevación². Este hecho, que quizás no ha podido ser esclarecido suficientemente por los geógrafos, prueba que no hay solamente superposición, sino también penetración recíproca de los climas escalonados en los flancos de las montañas de la zona ecuatorial. Un simple soplo de viento basta para llevar los ardores del estío hasta el pie de las nieves ó para hacer descender el aire de las nieves á los ardientes valles extendidos en la base de los montes. De aquí, según la exposición ó el abrigo, una gran diversidad de climas parciales y una variedad maravillosa de plantas de toda especie. Por su posición trasversal á la dirección de los vientos alisios, la Sierra Nevada recibe mejor que las otras cadenas el aliento de los calores tropicales: además ella deja escapar sin cesar, como de un gigantesco laboratorio, la humedad que le llevan los vientos; y sus valles, con excepción de la vertiente meridional, jamás se ven expuestos á sufrir la sequedad.
Nada le falta pues á la Sierra Nevada, si no es una gran población europea, china ó criolla. Entretanto esas montañas permanecen tristes á pesar de su belleza. Cuando un viajero se encuentra solo en medio de un extenso valle cubierto de pastos y selvas, y que apenas ve en el inmenso espacio uno que otro buitre, solitario como él, describiendo grandes círculos encima de su cabeza, siente oprimido el corazón con una verdadera angustia. Ciertamente la naturaleza virgen es bella, pero es de una tristeza infinita: lo que le falta para darle animación es la fecundidad, es el atavío de los campos y de las poblaciones, que sólo puede darle la mano del hombre.
Y no es solamente la Sierra Nevada la que pide brazos á la Europa y al resto del mundo; toda la Nueva Granada reclama también colonos. ¿Es, pues, necesario abogar por un país tan bello, tan admirablemente provisto de todas las riquezas de la tierra? En otro tiempo millares de españoles desafiaron la muerte para ir á conquistar ese mundo que Colón les había hecho surgir del seno de los mares, cual si hubiese unido otro planeta al nuestro; á la presente parece que hay más indiferencia por la Nueva Granada que ahora tres siglos. Y sin embargo ese Dorado no es solamente el país del oro, es también el país de la dicha para los que saben apreciar la libertad. En nuestra vieja Europa, las tradiciones de los tiempos bárbaros y de la Edad Media reinan aún, y desde el fondo de sus tumbas los muertos gobiernan á los vivos. Por otra parte la superabundancia de la población obstruye á todo recién llegado las puertas del bienestar; demasiado estrechos en nuestro pequeño continente, no podemos dar un paso sin pisar la propiedad de otro, y, por la fuerza misma de las cosas, compramos la felicidad á costa de la del prójimo. Murallas, barreras, reglamentos, circunscripciones, restricciones, todo nos encierra en un círculo infernal: aun aquellos que se creen libres habitan una estrecha prisión en la cual apenas pueden moverse y en donde su pensamiento se marchita ántes de haber florecido. Allá, en la joven república americana, no hay convidados desatendidos en el gran banquete: la tierra fecunda alimenta generosamente á todos sus hijos el aire de la libertad inflama todos los pechos. Quizás en medio de esa naturaleza joven los hombres se rejuvenecerán también: tal vez llegue el día en que los acontecimientos de la historia no giren como hasta aquí, dentro de un mismo círculo, á la manera de animales encadenados.