En 1855, un proyecto de explotación agrícola y el amor a los viajes, me llevaron a la Nueva Granada. Después de una permanencia de dos años, volví sin haber realizado mis planes de colonización y de exploración geográfica; sin embargo, y a pesar del mal resultado, nunca me felicitaré lo bastante por haber recorrido ese admirable país, uno de los menos conocidos de la América del Sur, ese continente así mismo poco conocido.

Hoy el hombre pasea su nivel por los llanos y las montañas de la vieja Europa; se cree de talla suficiente para luchar con ventaja contra la naturaleza y quiere trasformarla a su imagen regulando las fuerzas impetuosas de la tierra; pero no comprende esa naturaleza que trata de domar; la vulgariza, la afea, y se pueden viajar centenares de leguas sin ver otra cosa que porciones de terrenos cortados á ángulos rectos y árboles martirizados por el fierro. Así, ¡qué gozo para el europeo cuando puede admirar una tierra joven aún y poderosamente fecundada por las ardientes caricias del sol! Yo he visto en acción al antiguo caos en los pantanos en que pulula sordamente toda una vida inferior. Al través de inmensas selvas que cubren con su sombra territorios más extensos que nuestros reinos de Europa, he penetrado hasta esas montañas que se elevan como enormes ciudadelas más allá del eterno estío, y cuyas almenas de hielo se sumergen en una atmósfera polar. Y sin embargo en naturaleza tan magnifica, en donde se ve como un resumen de los esplendores de todas las zonas, me ha impresionado ménos que la vista del pueblo que se forma en esas soledades. Ese pueblo está compuesto de grupos aún aislados, que se comunican con gran trabajo á través de pantanos, selvas y cadenas de montañas; su estado social es aún muy imperfecto; sus elementos esparcidos están en la primera efervescencia de la juventud, pero está dotado de todas las fuerzas vitales que producen el éxito, porque él ha reunido como en un haz las cualidades distintivas de las tres razas; descendiendo á la vez de los blancos de Europa, de los negros de África, de los indios de América, es más que los otros pueblos, el representante de la humanidad, que se ha reconciliado en él. Con gozo, pues, me vuelvo hacia ese pueblo naciente: espero en él en sus progresos, en su prosperidad futura, en su influencia feliz en la historia del género humano. La República granadina y las repúblicas sus hermanas son aún débiles y pobres, pero ellas formarán indudablemente entre los imperios más poderosos del mundo, y los que hablan con desprecio de la América Latina, y no ven en ella sino la presa de los invasores anglosajones, no encontrarán algún día la suficiente elocuencia para cantar su gloria. Los aduladores se volverán en tropel hacia el sol naciente; séame permitido anticipármeles celebrando los primeros resplandores del alba.

¡Cuál no sería la prosperidad de Europa si la cuestión de las nacionalidades fuera resuelta, si todos los pueblos formados para ser libres, fueran en efecto libres é independientes los unos de los otros! ¡Y bien!, esta cuestión terrible, llena de sangre y de lágrimas, que nos mantiene jadeando á todos en la agonía, esta cuestión que hace afilar tantas bayonetas, y pone en pie millones de hombres armados no existe en la América meridional. Salvo algunas tribus de indios que serán absorbidas como lo han sido ya millones de aborígenes, todas las sociedades hispanoamericanas pertenecen á la misma nacionalidad. Estas repúblicas del Sur, constantemente citadas como un ejemplo de discordias, son al contrario los Estados que más se aproximan á la calma y á la paz; porque no están divididos sino por hechos de interés local, y los caminos harán más por su reconciliación que las mortíferas guerras. Los hispanoamericanos son hermanos por la sangre, por las costumbres, por la religión y por la política. Todos, sin excepción, son republicanos, todos tienen del blanco por la inteligencia, del indio por el indomable espíritu de resistencia del africano por la pasión y por ese carácter tierno, que, más que todo ha contribuido á unir las tres razas durante largos siglos de elaboración. En América del Sur no hay Alpes ni Pirineos; hermanos habitan las pendientes de los Andes.

El continente de la América del Sur presenta una sencillez de contornos y de relieves que concuerda perfectamente con su destino; es uno como la raza que lo puebla en parte. Triángulo inmenso más grande que nuestro continente de Europa, no tiene penínsulas abruptas, ni bahías profundas; sus costas se prolongan uniformemente desde la zona tórrida hasta los helados y brumosos mares boreales. Atravesado en toda su longitud por una cadena de montañas casi recta, y semejante á la espina dorsal, está regado por los ríos más bellos de la tierra corriendo todos en la misma depresión y ramificándose con la perfecta regularidad de las arterias de un cuerpo orgánico. Evidentemente este continente ha sido formado para servir de cuna á una sola y misma nación. Esta nación que comienza cuenta ya más de veinte millones de hombres que pertenecen todos á la misma raza, en la cual se han fundido, como en un crisol todos los pueblos de la tierra. Cuando el antiguo mundo recargado de población, envíe sus hijos por millones á las soledades de la América del Sur, ¿el flujo de la emigración turbará esta unión de las razas que se ha verificado ya en las Repúblicas hispanoamericanas, ó bien la población actual de la América meridional estará suficientemente compacta para reunir en un mismo cuerpo de nación todos los varios elementos que le irán de fuera? Esta última alternativa, que nos parece la única probable, traerá consigo la reconciliación final de todos los pueblos de origen diverso, y el advenimiento de la humanidad á una era de paz y felicidad. Para un estado social nuevo, es necesario un continente virgen.

¿Y qué papel está reservado á la Nueva Granada en la historia futura del continente? Sí las naciones se asemejan siempre á la naturaleza que las alimenta, ¿qué no debemos esperar de ese país en que los océanos se aproximan, en que se encuentran todos los climas unos sobrepuestos á otros, en que crecen todos los productos, en que cinco cadenas de montañas ramificadas como un abanico forman tan maravillosa variedad de sitios? Por su Istmo de Panamá, servirá de descanso y lugar de cita a los pueblos de la Europa occidental y a los del extremo oriental: así, como lo profetizó Colón, allí vendrán a unirse las dos extremidades del anillo que rodea al globo.

No lo ocultaré: amo a la Nueva Granada con el mismo fervor que a mi patria natal, y me consideraré feliz si hago conocer de algunos a ese país admirable y lleno de porvenir. Si yo lograra hacer dirigir hacia este país una pequeña parte de la corriente de emigración que arrastra a los europeos, mi dicha sería completa. Es tiempo ya de que el equilibrio se establezca en las poblaciones del globo y que «El Dorado» deje en fin de ser una soledad.

Elisée Reclus. Enero 14 de 1861.